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domingo, 15 de mayo de 2011

Un cuento de burros y de infancia

¡Aun quedan burros ¡

Me refiero, claro está,
al cuadrúpedo ,
No al mucho animal,
que anda medrando
en campo y ciudad.

De estos mejor no hablar,
no vayan a darte un mitin
o ponerse a rebuznar.

¡¡Que animal!!

De mis encuentros ecuestres con tan magnífico ejemplar quiero hoy relatar alguno, que dieron en su día que hablar.
Tendría siete u ocho años cuando fui nombrado, (a dedo) el encargado general del suministro de agua para el hogar.

Mi vecino Manuel, de apodo Tarambanas, también era encargado general. Aunque colegas de cargo, él a mis ojos era especial… disponía de tracción animal. Un burro de tranco largo y mirada criminal.

Un día, a su llegada como jinete de la fuente la Leandra, con sus cuatro cántaros llenos hasta las trancas, me dio una envidia que te cagas hasta el punto de atreverme a pedir al padre Tarambanas el préstamo del rucho con muchas ganas.

No sé bien lo que le diría, la cosa es que accedió después de algún consejo, que en mi gozo no atendía. Internamente ya estaba planeando una ruta más larga para disfrutar durante más tiempo del bien.

Me proponía ir a la fuente fría, de aguas benditas para ablandar los garbanzos, además el paseo montado con regodeo lo podría observar todo el pueblo.

Por la calle Calvario fui mirando a los lados como cualquier general a caballo que se sienta vencedor.
Al final de la calle, al equino le entra un repente y le da por ponerse trotón. No lo puedo dominar. Cada vez corre más. De golpe.. y porrazo, se para en seco.

Vaya guarrazo. Mi dignidad por los suelos, mi sangre tiñendo de rojo mi ya escaso pelo.

El animal se encabrita y comienza un baile extraño con la sabia intención de romper también los cántaros.

Tierra trágame. ¡¡Verás mi padre!! Palizón. El borrico a lo suyo. Ya se había cargado tres cántaros.

Mirada enloquecida, crines de puerco espín, orejas puntiagudas y la sana intención de montar a una burra, que fue la culpable de to.

El borrico se había puesto muy borrico intentando calzarse a la burra, cosa que no logró por la firme oposición del amo la burra que, con mucho esfurzo y ayuda hasta divina, a remate lo impidió.

El burro no se calmó.Ni perdonó la afrenta.

Por centímetros no le acertó la dentellada que le lanzó. Al momento hubo jarabe de palo, hasta que se le engurruñó y salió del trance.

De vuelta, el animal no quería llegar.Tampoco yo. Ambos dos volvíamos sin proezas que contar.

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